En un mundo donde la competencia es feroz y las opciones son interminables, entender lo que constituye un buen diseño se ha vuelto esencial. Pero, ¿qué define realmente un buen diseño y qué lo separa de uno que no lo es? La respuesta a esta pregunta no es simple, pero uno de los mayores referentes en el campo del diseño centrado en el ser humano es Don Norman.

Don Norman, conocido como el "padre del diseño centrado en el usuario," ha dejado una huella indeleble en la forma en que entendemos la interacción entre las personas y los objetos.

Cuando Norman habla sobre diseño, enfatiza la importancia de lo que él llama "modelos mentales." Estos son los esquemas que los usuarios construyen basándose en sus experiencias previas. Si un diseño no se alinea con estos modelos, aunque sea visualmente atractivo, fracasará en cumplir su propósito. Por ejemplo, una puerta que parece empujarse cuando realmente debe tirarse puede provocar confusión y frustración, reflejando una falla en el diseño que no toma en cuenta la experiencia del usuario.

Esta filosofía del diseño centrado en el usuario fue adoptada y amplificada por Steve Jobs en Apple. Jobs entendió que un buen diseño no solo es funcional, sino que también debe ser emocionalmente resonante. Como él mismo decía: "El diseño no es solo lo que ves y sientes. El diseño es cómo funciona." Jobs hizo de esta creencia un pilar fundamental en la creación de productos como el iPhone y el MacBook, donde la simplicidad en la interfaz se combina con un rendimiento excepcional. Su enfoque estaba en crear experiencias que no solo fueran intuitivas, sino que también emocionaran a los usuarios.

Un ejemplo emblemático es el iPod, que no solo ofrecía una manera fácil de escuchar música, sino que también lo hacía con un diseño elegante que encantaba a sus usuarios. La combinación de funcionalidad y estética no fue un accidente, sino el resultado de una filosofía de diseño profundamente arraigada que priorizaba la experiencia del usuario sobre la mera apariencia.

Otro gigante del diseño es Norman Foster, conocido por su enfoque innovador en la arquitectura. Foster ha dicho: "La arquitectura es el arte de organizar el espacio. El buen diseño debe ir más allá de lo estético; debe facilitar la vida de quienes lo habitan." Su trabajo, que incluye desde el diseño del 30 St Mary Axe (también conocido como "el Gherkin") en Londres hasta la renovación del Reichstag en Berlín, demuestra cómo un buen diseño no solo se integra en su entorno, sino que también mejora la experiencia de quienes lo utilizan.

Foster nos enseña que la forma y la función deben estar intrínsecamente ligadas. Al diseñar edificios y espacios, se debe considerar cómo las personas interactúan con ellos. En este sentido, un buen diseño es aquel que optimiza el flujo, la luz y la accesibilidad, creando un ambiente en el que las personas se sientan cómodas y productivas.

Al reflexionar sobre los objetos que más valoramos en nuestras vidas, me doy cuenta de que son aquellos que han sabido estar a nuestro lado en los momentos más cruciales. Esta conexión se basa en la experiencia que tenemos al relacionarnos con ellos. Es aquí donde la filosofía de Don Norman cobra relevancia.

Quiero contarte mi experiencia personal sobre cómo desarrollé un buen diseño en mi negocio. Cuando me dedicaba al alquiler de vestidos y accesorios para eventos, observé una clara fricción en la experiencia de mis clientas. Aunque les encantaban los diseños de los diseñadores, al probárselos se generaba una decepción. Las prendas no les quedaban como las veían en las fotos con las modelos, y esto creaba frustración.

Al notar que esta frustración era un patrón común entre mis clientas, supe que debía actuar. No solo era una cuestión de satisfacción del cliente, sino también una necesidad para el éxito de mi negocio. Así que tomé una decisión importante: crear mi propia marca. Quería resolver esa fricción y proporcionar una experiencia que cumpliera con las expectativas de mis clientas.

Con mi ingenio, comencé a enfocarme en cómo hacer que las prendas se ajustaran a diferentes tallas y tipos de cuerpo. Por ejemplo, desarrollé cremalleras móviles que permitían adaptarse mejor a las diversas siluetas. Conocía los colores y patrones que gustaban, así que me centré en diseñar prendas que se adaptaran a cada mujer, permitiendo que se sintieran cómodas y seguras al usarlas. Al mismo tiempo, esto me daba la posibilidad de rotar esas prendas más veces, maximizando su uso.

Sin embargo, el buen diseño abarca mucho más que solo las prendas. También implica una estrategia de comunicación de marca eficaz. Imagina que lanzas un anuncio y las personas te descubren en las redes sociales, pero al entrar a tu página web se sienten perdidas. Si no hay atención en línea y no pueden encontrar lo que buscan, se generan fricciones en el momento en que ya te conocen. Esto indica que no hay un buen diseño en la experiencia del usuario.

Mi experiencia me enseñó que un buen diseño no solo resuelve problemas, sino que también mejora la conexión emocional con los clientes. Al centrarme en sus necesidades y expectativas, pude crear un producto que no solo era estéticamente atractivo, sino que también ofrecía funcionalidad y valor real. Espero que mi historia te inspire a reflexionar sobre cómo el diseño puede transformar tu propia estrategia de negocio.

¿Cómo estás implementando el diseño en tu negocio? Al final, no se trata solo de cómo nos ven, sino de cómo se sienten cuando nos encuentran. La experiencia del usuario debe ser fluida y satisfactoria, desde el primer contacto hasta la compra final.

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