Mi camino comenzó cuando fundé una empresa centrada en la economía sostenible, dedicada al alquiler de vestidos y accesorios para eventos. La intención era no solo ofrecer una alternativa a la moda rápida, sino también educar a los consumidores sobre la calidad y el valor de lo que llevaban puesto. Trabajé con diseñadores de renombre y, con el tiempo, creé mi propia marca, adaptando mis productos a las necesidades de mis clientas.
Sin embargo, pronto me di cuenta de que muchos consumidores, e incluso los medios que deberían informar y educar sobre la moda, no sabían distinguir entre una prenda de calidad y una de baja gama. Como bien dijo Stella McCartney: “La verdadera sostenibilidad radica en la calidad, no solo en la apariencia.” La cultura del fast fashion había hecho que muchos aceptaran la mediocridad como la norma, ignorando el impacto real de sus decisiones de compra.
En un mundo donde la moda rápida es la norma, la desconexión entre el consumidor y el verdadero valor de la ropa se ha vuelto alarmante. Elizabeth L. Cline, autora de Overdressed: The Shockingly High Cost of Cheap Fashion, dice: “La moda rápida es el opio de las masas”. Esta mentalidad ha moldeado no solo la percepción del consumidor, sino también la dirección del sector.
La realidad es que hemos sido entrenados para consumir ropa a un ritmo acelerado, sin pensar en las consecuencias. Lo que una vez fue un reflejo de nuestra identidad se ha convertido en un símbolo de nuestra cultura de consumo. Vivir en esta disonancia entre nuestros valores y la forma en que actuamos puede generar un profundo conflicto interno. Y aquí es donde la reflexión se vuelve necesaria.
Este conflicto se intensificó para mí mientras navegaba por el mundo de la moda. A medida que avanzaba en mi carrera, me vi obligada a enfrentar una pregunta crucial: ¿merece la pena seguir luchando por un cambio en un entorno que no siempre respeta mis valores, o es mejor retirarse y buscar nuevas formas de contribuir?
En esta lucha, me di cuenta de que muchos profesionales se enfrentan a dilemas similares en sus respectivos campos. La famosa frase de Giorgio Armani, “El verdadero lujo no es lo que llevas, sino cómo lo llevas”, resuena en esta lucha. ¿Cómo podemos ser fieles a nuestros principios cuando el entorno laboral no lo permite? ¿Cómo podemos resistir la presión de un sistema que prioriza el beneficio sobre los valores?
Este dilema no es exclusivo del sector de la moda. Cada uno de nosotros, en cualquier campo, puede encontrarse en una situación donde debe decidir entre seguir luchando desde dentro o retirarse para mantener su integridad. Aquí es donde entra la pregunta esencial: ¿Estamos dispuestos a nadar contracorriente por lo que creemos? ¿Estamos dispuestos a transformar nuestras experiencias y, en el proceso, impactar positivamente a otros?
La reflexión sobre estos dilemas internos es fundamental. La vida profesional a menudo nos presenta situaciones que desafían nuestros valores. Puede ser tentador ceder ante la presión, seguir la corriente y adaptarse a un entorno que no resuena con nuestros principios. Sin embargo, también existe la opción de resistir, educar y crear un cambio desde dentro.
“Nunca dudes de que un pequeño grupo de ciudadanos conscientes y comprometidos puede cambiar el mundo. De hecho, siempre ha sido así”, dijo Margaret Mead. Este pensamiento debe guiarnos en nuestras decisiones diarias. Cuando enfrentamos dilemas en nuestras carreras, es crucial recordar que cada acción cuenta. A veces, salir de la zona de confort y luchar por un cambio significativo puede ser la respuesta.
Así que, tanto si te encuentras en el sector de la moda como en cualquier otro campo, reflexiona sobre tu papel y tus valores. Pregúntate: ¿cómo enfrentas tus propios dilemas internos? ¿Sigues luchando por lo que crees o buscas nuevas formas de generar un impacto positivo? Cada uno de nosotros tiene el poder de crear un cambio, no solo en nuestras vidas, sino también en el mundo que nos rodea.